23 feb 2010

El de los mil nombres

Caminabas sombrío bajo las luminarias, la niebla que lo cubre todo como un velo de novia y se cuela por todas partes. Tu caminabas, con paso lento, sin prisas por esa callejuela de piedra, en la que el tiempo parece haberse detenido por allá en los 40. Tu sombrero negro hacía sombra en tu rostro, se que sonreías, lo presentí desde lejos. Un frío que se colaba en mi ropa me hizo tiritar un momento, sentía mis dientes castañetear. Quizá el invierno, quizá el miedo, pero te perseguía un halo de misterio con ese cigarrillo encendido y ese abrigo largo que llevabas. El humo de tu cigarrillo subía a través de la niebla, formando figuras curiosas que no llegué a identificar. Parecías como un personaje sacado de un libro, de esos llenos de crímenes y amoríos pasionales que siempre terminan con la muerte de alguien. Novelas adolescentes que solo entretienen a niñas embobadas por sus príncipes azules, excéntricos, coleccionistas, aficionados y señoras que nunca pudieron olvidar sus días de niñas.
Es gracioso, pero tu andar un poco rengo me recuerda a esos piratas que imaginaba de niña, esos que aparecían en los cuentos que mi madre me contaba cuando me iba a la cama.
Un viento helado soplaba, y más helado era tu corazón, endurecido por los años y las cicatrices. Nadie se hubiese imaginado que eras tú, precisamente tu el que caminabas allí. La bufanda grisacea y tu mano en el bolsillo del abrigo me hacían creer que habían pasado años. Años que me había saltado, años en que la vida te había envejecido depronto, años en que te habían robado lo poco que sabía sobre ti. Los faroles titilaban y asi como los espejismos, temí que te esfumaras de un momento a otro, como tantas veces hiciste. Me miraste de frente, a una distancia prudente y divisé tus ojos entre la sombra, brillaban como los ojos de un gato en la oscuridad. Jamás vislumbré tu rostro, pero olías a tabaco, a tabaco y libro viejo. Se oía el mar a lo lejos, luego el galope de un caballo, que relinchaba. Disparos a lo lejos. Todo era ajeno. te apollaste en la muralla de una vieja casa, la puerta de madera envejecida probablemente te hacía ver aún más añoso de lo que en realidad eras.

Cerré el libro y lo apoyé en el velador, me dio un escalofríos. A veces te me hacías tan real, casi tangible. Tú, el de los mil nombres, recorrías la literatura como si se tratase de tu casa, y no era mi primer encuentro contigo. Nos volveremos a ver... lo se.