Al igual que el Principito tenía su rosa, Damian tenía su orquídea. Pero claro, Damian no vivía en un asteroide, ni mucho menos podía huir de su flor por muy egoista que ella fuera, puesto que tampoco era propiamente de él. Sentía una especie de amistad profunda con aquel ser. Por cosas del destino, se había encontrado con aquella planta en la casa de un pariente que debió -por motivos que no interesan- mudarse. Se quedaba largos ratos admirando sus flores, sus formas, sus mensajes. Comprobaba que tuviese suficiente agua, abono, luz, temperatura... A veces incluso pensaba en ella cuando estaba lejos de casa.
Pero pasaron años y Damian se encontró de pronto con montañas de proyectos que debía revisar en casa o quedarse hasta muy tarde en su oficina. Apenas si se acordaba de ponerle algo de agua a su flor. Además estaba empezando a salir con un chico y parecía que se venía enserio.
En un intento desesperado por sobrevivir la orquídea formó una gran flor llena de colores, como queriendo llamar la atención pero Damian apenas si notó ese prodigio de la naturaleza.
Desde ese momento la Orquidea decidió no volver a florecer más. No importaba el cuidado que Damian pusiera en aquellas hojas suculentas de puntas quemadas por la sequía de algunos meses y la luz directa del sol, nunca más vio asomarse un tallo, esos que precedían a las flores mas lindas del mundo.
