Y no he podido dormir esta noche, mis parpados insisten en mantenerse distanciados y mi mente vuela rápido una y otra vez a lo último que me dijiste antes de caer en la red del sopor y el sueño. Cada letra, pronunciada con el balbuceo susurrante de tu voz exhausta vuelve a mi memoria plácidamente como el mecer de un velero que navega tranquilo en el mar.
¿porqué hiciste aquella confesión? ¿porqué no me ha dejado cerrar los ojos?
Quizás porque creí que no lo dirías de nuevo. A lo mejor porque siempre que lo dices parece la primera vez. Porque sé que tus pupilas titilantes no me mienten esta vez -aunque nunca me hayan mentido en realidad-. Siento que me vuelves loca.
Lentamente me separo de tu cuerpo, sin molestarte. Aún está oscuro, pero ya no tanto. Me visto de a poco y pienso en lo bien que me sienta esa ropa. Me miro de reojo al espejo y pienso en el tiempo que ha pasado. Mucho quizá. Fuimos jóvenes una vez y nos amamos tan bien... y ahora que el tiempo había hecho surcos en nuestra piel, nos habíamos reencontrado. Nosotros, nuestra adolescencia. Los segundos en tus espacios parecían suspendidos en un transcurrir mucho más lento y placentero, antes y ahora. Te miro por última vez, con ternura, y me dispongo ya a salir. Sobre tu escritorio te dejo una nota que dice "te amo", como cuando fuimos amantes por primera vez. Y me recorre esa curiosa sensación de vértigo, de estómago ligero.
Entonces Santiago me recibe con sus luces, son su ruido de ciudad misteriosa y yo, simplemente camino... siempre pensándote.
